viernes, 10 de julio de 2009

EL INFARTO DEL ALMA...

Es tiempo de gozar la vida
Una nueva epidemia azota en el mundo: el infarto del almaMADRID (Por Manuel Rivas, de El País).— El azote del VIH, la peste de los pobres, que diezma los países más frágiles. La absurda e inmensa geografía del hambre. Las nuevas formas de esclavitud, que afectan sobre todo a las mujeres y los niños. Los fanatismos que azuzan las guerras y extienden el clima de miedo.El calentamiento global del planeta, que incrementa la llamada cultura del desastre, con el anunciado deshielo en el Ártico. El esquilme de los recursos en los mares y las grandes florestas. Las aglomeraciones de población en infraurbes, sin servicios ni ley... La entrada en el siglo XXI, pese a las expectativas de la revolución tecnológica y de los descubrimientos biomédicos, no ha sido precisamente muy amable para una gran parte de la humanidad.El catálogo contemporáneo de horrores puede ser interminable y, sobre todo, paralizante. Hay un síndrome del que se habla poco y que asola los países ricos y las sociedades avanzadas. El síndrome de Burn-Out. Estar quemado. El Burn-Out es conocido como el infarto del alma. Un sentimiento de vacío interior. Hay un síntoma que lo dice todo: En principio, este síndrome afecta más a ejecutivos y profesionales con especial responsabilidad. Gente que, por utilizar una expresión de Zygmunt Bauman, tiene que correr sobre hielo delgado. Si algo determina nuestro tiempo, es eso, la velocidad. No es nada que las competiciones de Fórmula 1 vayan desplazando en el interés del público joven a los deportes más pedestres. Para definir el actual sistema económico, Richard Sennett habla de la “corrosión del carácter” y del “capitalismo impaciente”. Pero la sensación de tener que patinar rápido sobre hielo delgado, ante el peligro de hundirse, no parece ser una angustia exclusiva de las élites chamuscadas por el Burn-Out, sino una imagen metafórica del mundo globalizado. La angustia del vacío. Vacío, depredación, de la naturaleza. Vacío de los cuerpos. Vacío de valores.La realidad es una productora de Burn-Out. De infartos del alma. Es difícil que las endorfinas, las hormonas de la felicidad, trabajen a gusto sin preguntarse sobre el dolor ajeno. Mal tiempo para las endorfinas en el “clima de miedo” (Wole Soyinka, premio Nobel de Literatura) o en “la dictadura del shock” (Naomi Klein, la autora del célebre No-logo).¿Qué hacer para proteger las hormonas de la felicidad? Una de las celebridades de la medicina naturalista en Estados Unidos, Andrew Weil, profesor de Arizona y autor del libro Curación espontánea, recomienda vivamente a sus pacientes que no se interesen por estar informados. Frente al axioma periodístico de que las malas noticias son grandes noticias, Weil propone una alternativa radical: la desconexión. Se supone que habrá alguna excepción, en caso de que un tornado se acerque a los desconectados.Una cosa es ser adicto al mundo virtual, del que ya Paul Virilio dijo con razón que era el peor de los mundos posibles, y otra muy diferente, desconectarse de la información. Por otra parte si se sabe distinguir entre suerte y fatalidad, el campo de posibilidades es inmenso. En todos los órdenes de la vida. En este período marcado por el discurso del miedo, el shock y la fatalidad. En este tiempo de masivas bajas por Burn-Out y carreras alocadas sobre el hielo delgado. En este nuevo malestar de la cultura, lo asombroso no es que cotice la decepción, sino que, como quería Martin Luther King, la esperanza parezca tan infinita. La esperanza quiere estar conectada. Sabe que ésa es parte de su fuerza. “Pensar globalmente y actuar en lo local”. Pero también vale al revés. Y cada vez toma más fuerza el primer ámbito de actuación. La responsabilidad personal. En lo que uno hace, en lo que uno consume, en lo que uno aprovecha. Cómo se alimenta, cómo habita, cómo se desplaza. Cómo se lleva consigo mismo y con los demás.

Saludos

y como dicen por ahi..."La preocupacion: es como la mecedora, te mantiene ocupado; pero no te lleva a ninguna parte"

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